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La reconciliación con el presente para encarar unidos el futuro, no se puede dar sin penetrar las entrañas del pasado que durante décadas se nos ha escondido
Eran los años sesentas, el régimen político en México era propiedad absoluta del Partido Revolucionario Institucional (PRI); la oposición política era prácticamente inexistente y la sociedad estaba arrinconada en el espacio que el poder deseaba.
Cualquier tipo de protesta era reprimida inmediatamente y ocultada de forma eficaz por los medios de comunicación que, por conveniencia, eran el brazo publicitario del gobierno tricolor. Debido a ello, entre muchas otras situaciones, es que, en Chihuahua, la tierra donde inicio la leyenda del General Francisco Villa, algunos estudiantes y profesores universitarios clasemedieros y rurales, acompañados de obreros, deciden entrar a la clandestinidad.
Era solo un pequeño grupo de jóvenes con grandes sueños de libertad y equidad. Si bien es cierto que la influencia del triunfo de la revolución cubana revoloteaba en las mentes de los rebeldes mexicanos, el impulso real para tomar las armas estaba en la enorme desigualdad económica, el cacicazgo y la represión que a diario sufría el pueblo; condiciones de oprobio que se podían distinguir fácilmente en la sierra, en las fábricas y en las haciendas donde la pobreza y la esclavitud eran lo cotidiano.
Esos chavos tomaron la decisión de enfrentarse al sistema a través de las armas. Es así como un 23 de septiembre de 1965, llevan a cabo su primer acción bélica, atacan una instalación militar ubicada en el poblado de Madera, Chihuahua; a la postre, a ese hecho, se le conocería como “El asalto al cuartel de Madera” y pasaría a la historia como un símbolo de lucha para las formaciones guerrilleras venideras, tal como ocurrió con la Liga Comunista 23 de Septiembre, cuyo membrete surgiría, precisamente, de aquella escaramuza.
Toda esta larga introducción viene a colación, principalmente, por dos situaciones. La primera tiene que ver con la disculpa pública que el gobierno federal ha ofrecido a Martha Alicia Camacho, quien fuera militante de la Liga Comunista 23 de Septiembre. En 1977, Martha fue detenida, torturada y obligada a ser testigo del asesinato de su pareja por parte del Ejército Mexicano.
Sin duda que el Estado mexicano, pero sobre todo las fuerzas armadas del país, tienen una enorme deuda con las familias de los cientos de opositores (no necesariamente guerrilleros) al régimen que fueron asesinados y/o desaparecidos durante la llamada “Guerra sucia”, misma que fuera implementada por los gobiernos priistas en las décadas de los sesenta y setenta. Y es por ello que no se puede dejar de reconocer el acto de disculpa que promovió la administración de Andrés Manuel López Obrador.
Adicional a lo anterior, está el texto que el historiador y ex titular del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), Pedro Salmerón, escribió acerca de los jóvenes guerrilleros que participaron en el fallido intento de secuestro del empresario norteño, Eugenio Garza Sada, ocurrido en 1973.
En dicho texto, Salmerón describe de manera apreciable lo que representaba la figura de Garza Sada y en algún momento califica como “Jóvenes Valientes” a los muchachos que se arriesgaron a secuestrar a uno de los personajes más poderosos del México setentero. Dicho adjetivo (“valientes”), ha provocado que se abra un debate que debe ser bienvenido.
Sea porque hoy tenemos un gobierno con cierta ideología de izquierda, sea porque el Estado ofrece disculpas por la “Guerra sucia”, sea porque un historiador exalta a unos chavos utopistas, sea porque equis o ye, lo trascendental es aprovechar la coyuntura para revisar ese periodo obscuro, sangriento, doloroso, y cuyas heridas siguen abiertas. La reconciliación con el presente para encarar unidos el futuro, no se puede dar sin penetrar las entrañas del pasado que durante décadas se nos ha escondido
Por último, llamar valientes a guerrilleros que se jugaron la vida en búsqueda de un ideal (no sé si un ideal bueno o malo, juzgar desde la comodidad de un sillón es estúpidamente desproporcionado) me parece más que merecido. Igualmente, condenar el asesinato de cualquier ser humano debiera ser lo cotidiano en una sociedad que se jacta de ser civilizada.
Al final, los verdaderos cobardes y asesinos quedaron impunes ante la justicia, no dejemos que pasen inadvertidos en la historia, aun cuando, unos, hayan vestido uniformes verde olivo y, otros, se enfundaran en la banda presidencial.