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Los malos momentos en la empresa

04/12/2009 23:40 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

¿Quién tiene el derecho de decidir si alguien continúa o no en el trabajol?

Los que controlan la vida de los demás

En los comienzos de los años sesenta del siglo pasado, Hanna Arendt (1906-1975), reportó desde Israel –en calidad de corresponsal de la revista The New Yorker-, que Adolf Eichmann tenía una personalidad terrible y espantosamente mediocre, y de cuyo nombre no nos hubiéramos enterado si no fuera en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, específicamente, en su rol de encargado de un campo de concentración de prisioneros. La politóloga alemana concluyó que: la banalidad del mal parte de la irreflexión de quien lo comete. Es la nada moral (la a-moralidad).

Arendt propuso además que cualquier organización que ofrezca ciertas garantías de impunidad, producirá un odio sistemático hacia las personas sospechosas de integrar el grupo "diferente” o “enemigo" y las despojará de todo derecho, atacándolas por atreverse a levantar su voz ante algún atropello. Este método amoral se reproduce en toda estructura burocrática, cuyo régimen permite la incubación de neo-cortesanos, arrodillados, corruptos y, finalmente, inhumanos.

Es innegable que cualquier organización ordenada en jerarquías, alberga las condiciones para que surja y se desarrolle la sospecha hacia algún elemento del conjunto que se destaque o salga fuera de lo común. Entonces, toda la maquinaria del grupo se pone en marcha para oprimir al “rebelde o al singular”. Actualmente, si ese psicoterror se experimenta en el ámbito laboral, el ataque a la dignidad de un funcionario o contra su integridad psíquica se denomina Mobbing, vocablo anglosajón que puede ser traducido como violencia, acoso u hostigamiento en el trabajo. Los componentes de este abuso moral son: el acosador o acosadores; el acosado o acosados; la interacción de los mismos; y las consecuencias que pueden diferir dependiendo de diversas variables.

De ese modo, Mobbing es todo acto u omisión cuya responsabilidad recae en un acosador, con el propósito de desvincular al acosado de la empresa.

Por razones de tiempo y espacio, este artículo se enfocará, principalmente, en la figura del agresor, hostigador, acosador o cualquier sinónimo de abuso o terror –directo o indirecto-, orquestado desde posiciones de poder. Y ya de inicio, resaltamos que el nudo del sistema radica en que el agresor ama ser “autoridad” tanto como se ama a sí mismo.

En el ámbito oficinesco, el Mobbing se realiza de manera regular y durante un prolongado período de tiempo afectando al lazo social. El acosador expande virus contra la gente que no considera incondicional o funcional. El objetivo final es la desvinculación de los infieles de la institución. Y precisamente, por su meta –eliminación de sujetos-, el Mobbing es un delito “limpio”, un crimen del que no quedan huellas.

A fin de dar con un acosador empresarial, es preciso que exista un mediocre en un momento cumbre de su carrera. Es así que, el mismo individuo que se desempeñaba de forma opacamente gris en posiciones inferiores, una vez promocionado a un cargo de control y administración, revela o desata una personalidad “nueva”, irrumpe en su carácter un elemento ignorado y heterogéneo para él mismo. A la figura ascendida le embarga un sentimiento de persecución, que simultáneamente atribuirá a su víctima: sufre entonces tiene que hacer sufrir, siente miedo entonces lo expande hacia abajo, se pone a perseguir porque en el fondo, se siente perseguido. Cabe resaltar que debido a esta manifiesta ambigüedad, el mediocre tiene la capacidad de vivir en dos mundos, sea como víctima, sea como verdugo. A menudo, incluso le da la vuelta a la situación señalando los deseos agresivos de su interlocutor: “!Si piensas que te agredí, es que la agresión es tuya!” Para un acosador, el otro se equivoca o, al menos, todo lo que diga es motivo de sospecha. Le atribuye malas intenciones y cree que sus acciones sólo pueden transmitir mentiras, porque son incapaces de imaginar que alguien pueda no mentir.

El hostigador es “jefe o encargado” porque humilla y persigue a sus subordinados. Su personalidad no sale de sí mismo. Ser “jefe” implica para el mediocre, identificarse con la cresta de la empresa. Por ello, un administrador insignificante, se niega a nombrar -a título propio-, lo que ocurre, así como a discutir y encontrar conjuntamente soluciones. Precisamente, aquí radica la agresión, pues un gerente ignorante y poderoso, siempre encontrará la manera de tener razón, y por encima de todo tenderá a impedir que su prójimo piense, comprenda o reaccione. Y así, desestabilizará a su víctima (empleado).

Aquí se advierte la posición asimétrica en la que el caníbal de oficina coloca a su presa. Inconscientemente, sabe que su empleado es superior a él, aunque debido a las circunstancias esté en una posición inferior en de la jerarquía laboral. Esta paradoja hace que los acosadores actúen por sorpresa y secretamente contra su blanco, y valiéndose de intrigas manipulará, distorsionará y perjudicará tanto la tarea, como la reputación de la víctima.

El hostigador mezcla su poder y su desconfianza obsesiva para invadir la privacidad de sus subordinados; interviniendo e-mails, rompiendo contraseñas, colocando sofisticados sistemas de escucha, video, micrófonos, “extraviando” documentos, etc.. No obstante su empeño en acumular pruebas, en el fondo, es para afirmar su frágil personalidad. En su ambigüedad, hay al mismo tiempo orden y desorden, apego a la ley y abuso de ella. La ‘organización’ coexiste con su ‘desorganización’.

Estos personajes se sienten observados cuando hablan y miran, pero en realidad son ellos son los que observan, para saber qué se pretende de ellos. Se interesan por todo, saben de todo, se consideran infinitos e ilimitados, ‘miran’ y ‘escuchan’ lo que les dicen, lo que les asignan, de allí su enorme eficiencia y escalamiento a las cimas, y simultáneamente crean un espejismo del lazo social, aunque en realidad, nunca se colocan en el lugar del otro ni crean vínculos con sus semejantes. Son codiciosos de novedades, atentos a lo que ‘viene desde fuera’, a las normas, nombramientos, decretos, cláusulas, artículos, leyes, etc. Hasta convertirse ellos mismos en “reglas, manuales y reglamentos” y conseguir la impunidad que les permita ilimitarse en persecuciones, reprimendas, espionaje, complots, condenas y expulsiones de la empresa.

Debido a que el acosador actúa por la empresa, no se reconoce a nombre propio, tampoco puede responder por lo que él es. A través del Mobbing va ir reproduciendo e intentando construir una personalidad, mientras repite: “el reglamento dice”, “el presidente dice”, “mi hija dice”, “mi pareja dice”, etc. Repitiendo la escala de los “superiores” a él.

El damnificado (empleado) no llega a darse cuenta de que lo están forzando a renunciar

El hostigador vive en la mentira, ignorando, simplemente, lo que va en contra de su interés egocentrista. Rechaza el diálogo y en su lugar insinúa cosas sin decirlas. Una doble violencia surge de esta situación: en el nivel verbal se dice una cosa, y en el nivel no verbal de expresa lo contrario. La conversación no es clara y como jefe brinda escasas instrucciones, por lo que el empleado se ve obligado a interpretar. Al bloquear la comunicación mediante mensajes generales o indirectamente agresivos, consigue que su víctima no entienda su propia situación y, así, logra impedir que ésta pueda proporcionar respuestas adecuadas. Ésta es una manera muy eficaz de desestabilizar al otro. El trabajador termina stressado y ya no sabe quién está en lo cierto y quién no. El trastorno que se provoca en la víctima es una consecuencia de la confusión permanente entre la verdad y la mentira. Con esta clase de comunicación, se paraliza al subordinado, pues sería absurdo que se defendiera de algo que no existe.

De este modo, el acosador dirige la situación y enreda al acosado en sentimientos contradictorios. Lo mantiene en falta y se asegura la posibilidad de hacerlo caer en un error. La finalidad es la de mantener una posición dominante, y controlar los sentimientos y los comportamientos del otro, procurando incluso que éste termine por aprobarlo todo, al tiempo que se descalifica a sí mismo. Es innegable que el dominio trae consigo un componente destructivo, ya que neutraliza el deseo del otro y anula toda su autoestima.

Para mantenerse a flote, el mediocre necesita hundir al otro (Mobbing vertical). Para ello, lo desestabiliza mediante leves toques, a menudo en presencia de terceros y describe asuntos banales –o personales-, pero con amplificación y, a veces con el apoyo de otros empleados (Mobbing horizontal). Es muy importante incomodar al otro. En el caso de que la víctima reclame el maltrato, entonces el agresor será capaz de sostener un día un punto de vista y al día siguiente todo lo contrario, con tal de reanudar la discusión, hasta que la violencia se instale de una manera malévola, progresiva hasta anular cualquier tipo de reacción.

Una táctica común de hostigamiento consiste en ponerle a la víctima un “mote” que lo ridiculice y que se base en alguno de sus defectos o dificultades: la gorda, el gay, “la mujer maravilla”, etc. Estos apodos provocan simultáneamente la risa y la complicidad de los demás integrantes de la oficina, quienes van legitimando de ese modo, el abuso laboral. El agredido lo percibe, pero no está seguro si la cosa va en serio o en broma. Si protesta, el agresor usará esa reacción para producir un nuevo escarnio, vía correos electrónicos, o algún tablero o pizarra común en donde se pueda exhibir caricaturas del acosado. El placer supremo del mediocre es conseguir la destrucción de un empleado por parte de los otros, y presenciar el combate de ambos bandos, del cual los contendores saldrán debilitados y por lo tanto, él reforzará su lugar en la empresa. Como ejecutivo, “ejecutará” a los que sean sus rivales o simplemente, le recuerden su mediocridad. Así, el empleado arrinconado tomará recién conciencia de la agresividad de su patrón cuando ya se haya hecho costumbre.

El hostigador desestabiliza de una manera sistemática. Se trata de dañar la reputación del acosado de una manera imperceptible, heridas en la foja de servicios de la víctima sin que ésta pueda identificar su origen.

El acoso moral es un acto inhumano cuya finalidad es expulsar y aniquilar al elemento autónomo e independiente que no sucumbe a la organización. El Mobbing se perpetra planificadamente –en el tiempo-, para deshacerse de los que no conforman la mayoría, los que se ubican en la parte más fina del embudo.

El damnificado no llega a darse cuenta de que lo están forzando a renunciar. Pierde toda opción de criticar, se ha vuelto incapaz de tener un pensamiento propio, tiene la sensación de no disponer de espacio para pensar y comienza a aceptar la idea de su salida de la entidad. En ningún caso se trata de un consentimiento por parte de la víctima, sino que ha quedado cosificada.

El problema con el acosador es que hay muchísimos como él -pues se encuentran ubicados en la parte ancha de la campana de Gauss-, y basta con que haya uno o algunos en la empresa para que todo el sistema se corrompa. Estos potenciales neo-criminales, amparados en la obediencia y lealtad a la institución, pueden cometer silenciosos homicidios de los que no quedarán rastros.

La cuestión es: ¿Quién se arroga el derecho de disponer si alguien debe o no debe habitar el ámbito laboral?

No es por casualidad, que la Arendt concluye su teoría de la banalidad del mal, en medio de un tribunal especial en Jerusalén, durante el juicio a Adolf Eichmann.

Bibliografía

-Arendt, Hanna, “Eichmann in Jerusalem”, Penguin Books, 1977

-Del Campo, Emiliano. Las "psicosis transitorias" a la luz del concepto de "forclusión local" de J. D. Nasio. Acheronta, Revista de Psicoanálisis y Cultura Número 12 - Diciembre 2000

- González Rodríguez, Víctor Manuel, “El Mobbing”, IM& C S.A., Madrid, España, 2004.

-Hirigoyen, Marie-France, “El Acoso Moral”. Ediciones Paidos


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Margaux (6 noticias)
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