¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que Rodrigo Oyarzun G escriba una noticia?
Los benditos que vienen a este mundo desconectados de la realidad de los sentidos; son niños eternos porque están ajeno a las percepciones ilusorias de la dualidad; Ellos son ángeles, maestros benditos para el entorno que los acoge
Ella mira desde su ventana la alegría de esos despreocupados,
que nada saben de responsabilidades o ataduras de mercado,
ella observa curiosa a esos niños que revolotean en los prados,
simulando ser deportista consagrados, súper héroes elevados,
reinas poderosas y hasta brujas blancas poderosas.
Ella mira desde su terraza realidades diferentes,
a lo que encuentra en su mente, mas las aprecia y las contempla,
como aspectos que por el momento,
están ajenos a su espacio y tiempo,
y pese a su carencia de entendimiento,
ella no les teme, enjuicia o envidia el tenerlos,
solo los observa como un aspecto diferente,
de una diversidad que no entiende, pero acepta.
Pese a todo ella vive libre de amarguras,
porque nada sabe, nada entiende;
de los juicios de la gente,
del que dirán, o la aceptación del entorno racional,
de aquellos que creen ser más conscientes,
solo porque existen, en la incongruencia del pecado,
la culpa y la muerte.
Ella mira desde su ventana,
quizás ausente de nuestra realidad penitente,
libre de amarguras solo vive el presente,
entregando amor puro a su entorno inminente,
sin condiciones o retribuciones,
tan común de este mundo mezquino e incongruente.
La pequeña intrigada sonríe y se divierte,
con el cuadro divergente que por unos escasos momentos,
la distrae de su mundo diferente;
de hadas, duendes y luces incandescentes,
escenario de un reino tan real;
como este gris mundo dominado,
por la razón y la cordura,
densidad inerte de materia intrascendente,
Ahí se mueve ese ángel de amor puro y fugaz,
maestra que nada sabe del intelecto mortal,
Pero que al partir de este mundo dual,
deja huellas profundas,
en su entorno inmediato y familiar.
Y aunque por momentos nos parezca,
que ansia la vida de los niños,
que observa por su ventana jugar,
para ella es tan solo un paréntesis necesario,
de aquel mundo interno que vive,
en armonía con su divina,
esencia que no es otra,
que el amor incondicional,
de aquel que nada sabe, de la incongruencia aparente,
del tiempo y la dualidad.