Están ahí desde siempre. El depravado sistema educativo nos pone en contacto con ellos desde la más tierna infancia. Y eso no es nada, ocultan su peligrosidad dividiéndose en grupos, porque claro así les es más fácil colarse en cualquier parte, tornando lo que podría ser un inofensivo escrito en una latente herramienta de descalificación, insulto o en el peor de los casos de análisis. Son los adjetivos: explicativos, calificativos, especificativos, determinantes. La condena de la Jueza Mirta Elena Ozuna de Cazal a Diario ABC en la querella presentada por el camarista Carmelo Castiglioni, hace pensar que es necesario examinar la posibilidad de erradicar a estos vocablos de la lengua española.

Si la información del diario decía que el camarista afectado "sospechosamente estudió 87 tomos en menos de 2 meses" nos faltan elementos porque no sabemos cuántas hojas tenía cada tomo, pero promediando da a 1, 5 por día si éstos fueran 60. Para no adjetivar ensayemos: estudiar 87 tomos le llevó al camarista menos de dos meses. Ese menos, sugiere que fue poco tiempo ¿no? Mejor: estudiar 87 tomos le llevó al camarista alrededor de dos meses. Esto está mejor.

La otra frase cuestionada "hubo mucha injerencia política". "Hubo" es verbo, así que no cuenta. "Mucha" eso es jodido porque se trata de un adjetivo cuantificativo. Fuera "mucha". Quedaría así: hubo injerencia política. Esos son sustantivos, así que podrían usarse, porque si también los suprimimos ¿cómo elaboraríamos un relato?

En fin, hay que andar con cuidado en estas cuestiones del idioma y considerar que la profesión periodística se está volviendo insalubre ahora que descubrimos el potencial conspirador de los adjetivos que se esconden por ahí para saltar sobre cualquier idea inyectándole la energía suficiente como para influir en los demás.