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Vivimos en la sociedad del "yo", y es difícil salirse mentalmente de ella. Todo lo que se publicita y promociona en occidente es el éxito individual, incitado especialmente por parte de las marcas comerciales que buscan promocionarse asociando su imagen a la de cualquier persona de éxito.
Y esto, no hace falta que lo diga yo, es un gran error. Somos lo que somos como sociedad gracias al trabajo de todos como humanidad. Sólo estamos donde estamos gracias al trabajo, logros e inventos de nuestros ancestros durante decenas de miles de años, y somos al mismo tiempo los responsables de seguir empujando la rueda del progreso para dar a nuestros herederos un mundo mejor, como colectivo, no como individuos egoístas y egocéntricos.
Dicho esto, me bajo ya del discurso filosófico-social para centrarme en lo que quería contaros hoy en estas líneas.
Desde hace décadas venimos escuchando un lamento prácticamente eterno, y al mismo tiempo insorportable, sobre "la falta de espectáculo" en la Fórmula 1 y otras modalidades del automovilismo. Y el tema tiene miga.
Cuando el automovilismo nació, ya lo comenté contigo en su momento, nació para satisfacer la duda de quién era capaz de fabricar el coche más rápido, primero, y quién estaba suficientemente loco para apretarlo hasta el final. Curiosamente, y a diferencia de otros deportes, nacidos en primer lugar para dar disfrute al que lo practicaba, antes de entretener al que lo miraba, el nacimiento del automovilismo estuvo directamente relacionado con el espectáculo y el marketing. Y es que la razón de ser de las carreras de coches, desde un buen primer momento, fue demostrar a los potenciales consumidores las virtudes de las marcas de coches, de neumáticos o de aceites.
La competición mejora la raza, decían, ya que mucho de lo que se aprendía en las carreras, podía ser trasladado inmediatamente a mejorar los coches de calle que se vendían, al tiempo que las victorias en los circuitos permitían vender más coches después.
El "problema" del espectáculo llegó prácticamente al mismo tiempo que la eclosión del automovilismo. Las carreras de coches son el resultado del estado de la técnica de los coches que compiten, y la capacidad de un piloto en sacarle partido. Pero claro, el estado de la técnica es el valor más importante de la ecuación, ya que el arrojo del piloto y su capacidad de controlar el coche de poco sirven si el coche no es rápido, y a eso se suma que, por norma general, y por cómo evolucionamos los humanos, siempre suele darse el caso de que de los coches que competían, siempre había uno claramente más rápido que los demás. Un poco como una solución de adaptación darwiniana, donde pequeñas mutaciones en la genética técnica de los coches de carreras hacen más adaptables al circuito a los que van cambiando, lo que hace que luego sus genes se extiendan en los circuitos, y cada novedad acabe transfiriéndose al resto de competidores.
Si nos vamos a la Fórmula 1, podemos ver un montón de fases regidas por esta mutuación perpetua y victoria del mejor adaptado al trazado. De los motores centrales de Cooper a los monocascos de Lotus, los "coches ala" de la misma Lotus, el uso de composites en McLaren, Lotus o Williams, los motores turbo con Renault, la distribución variable y el control de válvulas neumático, las cajas de cambio secuenciales con levas... suma y sigue.
Con cada gran salto evolutivo, un coche pasaba a dominar el escenario mientras los demás se veían condenados a luchar con el resto de sus semejantes "por las migajas". Y ¿quien ganaba en todo esto? El consumidor final, que se beneficiaba en sus productos de calle de esas tecnologías.
El problema llegó cuando Bernie Ecclestone decidió convertir, con ayuda del resto de representantes de los equipos de carreras, a la Fórmula 1 en un espectáculo deportivo con el que rivalizar con deportes de masas. Ahí sucedió "el principio del fin".
Ecclestone era (y es) un tipo movido por el dinero, y tenía claro que los derechos televisivos eran un negocio enorme del que se podía beneficiar, y colaterlamente, beneficiar al resto de sus compañeros de campeonato. Así pasó a transformar la Fórmula 1 en un "espectáculo de masas".
Pero ¿qué necesita un espectáculo de masas para funcionar? Ídolos.
La idolatría es algo estrechamente relacionado con nuestra condición de humanos, especialmente en occidente, donde nos hemos acostumbrado a pensar en "grandes héroes", cuando en realidad nadie consigue nada solo... Los deportes y la máquina de hacer dinero asociada a ellos en los últimos cuarenta años, han funcionado de manera que se buscan "personajes" a los que adorar y replicar.
Somos idólatras por naturaleza, y eso fue empleado por emperadores romanos, líderes religiosos y... ahora es empleado hasta la saciedad por el marketing para generar dinero
Y claro, en un mundo como el del automovilismo, la pieza de la cadena que lo hace funcionar y que resulta más visible y fácil de comercializar es... el piloto. Así comenzó la adoración y el culto a la genialidad del piloto. Se tornó todo en pro del espectáculo de la lucha de los gladiadores abordo de bólidos motorizados, y se trató de obviar el trasfondo más importante que había bajo ellos.
El objetivo era atraer a las masas, lograr más audiencias que a su vez dieran mayor valor económico al espectáculo, con el fin de hacer más negocio cada temporada con los derechos de retransmisión y derivados.
En Estados Unidos esto se entendió a la primera, y captado el modelo de negocio se decidió prácticamente eliminar el factor variable de los coches, creando espectáculos como la NASCAR o la Indy actuales donde cualquier piloto puede prácticamente luchar por la victoria, ya que las máquinas son herramientas muy parejas.
Pero en Europa no se supo hacer eso. La perpetua guerra entre fabricantes, ávidos de demostrar su saber hacer, enrolados en campeonatos carísimos donde tener la décima extra cuenta cientos de millones de euros, no querían dejar a la FOM, el organismo controlador de la F1, convertir el espectáculo en una suerte de "copa monomarca", pero al mismo tiempo, Ecclestone y los suyos trataban de empujar hacia ello.
Hoy en día, al poco de la salida de Ecclestone, y con la F1 en manos de unos yanquis, aunque supervisados por Ross Brawn nada menos en lo técnico, siguen pensando en cómo convertir este espectáculo en un duelo "de pilotos", donde poder vender más noticias, generar más notoriedad y dar más salsa a razón de luchas y discusiones entre los Hamilton y los Vettel de turno, que como niños mal criados se comportan de maneras que en el mundo real les costarían un despido.
Pero no van por ahí mis tiros de hoy. Lo que hoy quería lamentar es que, entre toda esta polvareda, uno se da cuenta de cómo parece que Hamilton, Rosber, Vettel, Alonso o quien quiera que gane un campeonato, lo gana "porque es el mejor", gracias a sus épicas capacidades personales, a su genialidad, mientras el equipo apenas recibe reflejo de esa gloria. El campeón del mundo es "Dios". Y luego, cuando el ídolo de turno da con una situación en la que la máquina que tiene no da para ganar, la culpa es dirigida, cual rayo láser concentrado de energía, sobre aquellos que "hacen mal su trabajo", que, está claro, no reciben el mismo trato en positivo cuando se gana.
Y esto, señores, es una tremenda injusticia. Voy a dar un dato: ¿Sabe usted, querido lector, cuánta gente trabajó el año pasado para que Nico Rosberg ganara el campeonato? En total 1.100 personas. ¡1.100!
Esos mil cien individuos son los empleados de Mercedes-AMG Motorsport y Mercedes-AMG HPP, la primera hace y gestiona los coches de carreras, y la segunda desarrolla, produce y mantiene los motores de F1 de la estrella.
Como dice bien la analogía, esta cadena de 1.100 empleados es tan fuerte como fuerte es su eslabón más débil. Por eso, cuando uno de sus 1.100 empleados, todos ellos de muy alta cualificación, se equivoca, las victorias se pierden. Y se pierden porque en un entorno tan competido como la F1, cuando tu fallas, otro está ahí para aprovechar su ocasión y vencer.
1.100 son el total del equipo humano que se encarga de crear los Mercedes-AMG de Fórmula 1 ganadores. El éxito de cada victoria, de cada campeonato es tan propio de cada uno de ellos como del piloto, que no deja de ser uno más de una enorme cadena
Por eso, cuando alguien se equivoca en la carga de combustible, en un par de apriete o en el diseño de un tornillo, y eso lleva a un fallo que cuesta décimas de segundo o un abandono, ese individuo es tan culpable como cuando el piloto de turno se equivoca en una trazada o se sale de pista en un accidente tras juzgar mal un adelantamiento.
Está claro que dentro de un equipo tan grande, luego hay gente más vital que otra. La vitalidad de un empleado se juzga en función de la capacidad de poder sustituirlo en el mercado libre por otro de idénticas características y conocimientos. Pero es que, como en todo grupo, tiene que haber capas de gente genial, capas de gente que todavía está creciendo, y capas de aprendices incipientes. Pero al final, la simple falta de una sola de esas miles de piezas, causaría la hecatombe del sistema.
Pero cuando todo funciona como un reloj suizo, cuando el coche corre, más que todos los demás, cuando la estrategia funciona, cuando el piloto hace los cronos y la estrategia que el ordenador ya ha previsto que debería hacer, las victorias llegan, pero entonces, por nuestra idolatría mal-sana, cultural, y completamente injusta, regalamos portadas, halagos, fanatismo prácticamente religioso, al piloto en cuestión, y hacemos nuestra su victoria, aunque sea más propia de un enorme equipo de más de un millar de individuos que han trabajado duro, primero formándose y luego aplicando sus conocimientos.
Y es que si por algo me gusta a mí la resistencia, Le Mans o Nürburgring especialmente, es porque es en esos lugares donde los pilotos, obligados a compartir equipo con otros dos "iguales", pierden ese enfoque, y la prensa comienza (no siempre) a dar el trato justo que se merecen. No gana el coche de Antonio García o de Mark Webber, gana (o pierde) Corvette o Porsche. Claro que si hay un piloto "patrio" por allí, ya nos olvidamos de las buenas maneras y volvemos a las andadas: Reclamamos victorias de miles de personas como algo merecedor de "orgullo patrio", cuando es un esfuerzo internacional, y obviamos la importancia del trabajo en equipo.
En las carreras, como en la vida, la importancia de cada logro no está en el individuo. Está en el trabajo en equipo. Está en aprender del trabajo de los que estuvieron antes ahí, en cruzar el conocimiento y capacidades de la mejor gente que tienes a tu disposición, y sacar un resultado entre todos. Así funciona la medicina, donde el médico que te salva la vida es un héroe, pero también lo es quien le formó, quien construyó la máquina que empleó para operarte, y todos los antepasados históricos que permitieron al estado de la técnica llegar ahí. Y ahí, señores, no había raza, credo o religión. Y en las careras pasa lo mismo.
Las victorias son de equipo. Las victorias son el resultado de un trabajo y esfuerzo coordinado, basado en el estado de la técnica acumulado durante más de un siglo de historia de automoción, trabajados en equipos multiculturales e interdisciplinares, donde convive gente de todo el globo con formación en ciencias y humanidades de lo más variopinto, del preparador psicológico del piloto al ingeniero mecánico o el químico que formula el combustible.
Las carreras son algo mucho más profundo que el individuo que gana o pierde. Están a un nivel mucho más profundo que su peinado o sus gustos musicales. Pero hablar de esto tal vez no venda, y sea mejor perder el tiempo y ocupar portadas en lo más trendy y superficial. La desgracia es que las profundidades del deporte las conocemos pocos a fondo, y sólo se acuerdan de nosotros, de los que estamos al otro lado de la adquisición de datos o el 7-post-rig cuando las cosas no salen bien, y un egocentrista y chuleta piloto decide sacar su afilada lengua para echar "toda la mierda" sobre los que "trabajan detrás". Y eso, como cualquier gestor de equipos humanos sabe, no ayuda a arreglar los problemas.
Curiosamente, este tocho de palabras juntas sería muy distinto si os estuviera escribiendo desde Japón mientras disfruto de una carrera de SuperGT... porque allí las cosas, socialmente, se ven de otra manera, claro que también tienen sus aspectos negativos, pero esto es harina de otro costal, que dejo para otro día.