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Sobre tener una madre tóxica y qué podemos hacer para afrontarlo
Las relaciones que podemos vivir en una vida son muchas y variadas. Nadie ha dicho que pueden ser simples, nadie ha dicho que a todas podemos aplicarle el mismo método. Incluso con ellas la experiencia resta siendo incompleta, insuficiente, algo con lo que nos cuesta dialogar. Y mientras más cercana sea esa persona a nuestra familia, a nuestra intimidad, mucho más complejo será intentar trazar un camino sólido, para nada volátil, para esa relación. Así puede sucedernos si tenemos a una madre tóxica a nuestro lado. Queda, tan sólo, aprender cada día un poco más.
Una relación compleja
De todas las relaciones familiares, tal vez la materna sea una de las más complejas. No es sencillo intentar comprender qué es lo que existe tras de ellas, pero tampoco es imposible olvidar cuán importante son para nuestro desarrollo.
Tener una madre tóxica no significa necesariamente que debamos tener una vida repleta de atrofias psicológicas o una conducta volátil. Significa, simplemente, que debemos afrontar con mayor complejidad asuntos que, por todos lados, son tremendamente complejos, pero con una solución posible. Es como sufrir obesidad barcelona y no hacer nada al respecto.
La separación
Pero, ¿qué sucede si la relación se convierte en algo imposible de superar? Tendremos que pensar entonces en la última solución: cortar cuanto más podamos nuestra relación con una persona que no quiere que sigamos el camino que nos hemos trazado.
La separación de nuestra madre, seamos del género que seamos, no es sencilla: es costoso este desprendimiento y puede que nos haga sentir asuntos que nunca habíamos imaginado. Pero es un paso necesario si pensamos cuánto bienestar puede traernos. La maldad siempre es hábil para multiplicarse y si se está en el mundo es para evitarla. No importa la soledad: nacimos para estar solos.
De una madre tóxica a un hijo tóxico
Y es que si ni siquiera tratamos de cortar esta relación, por más dolores que esto nos traiga, el resultado va a ser muy grave tanto en corto como en largo plazo: no sabremos cuánto daño podría hacernos.
Así que tendremos que valernos de cuantas herramientas poseamos para intentar dilucidar una opción, una vía, que nos permita convivir con la persona que nos dio la vida sin que eso signifique necesariamente que debamos rendirnos ante cada una de sus heridas. Saberlo es hacerlo: falta solamente que nuestras convicciones se coloquen del lado de nuestras decisiones. Así sabremos que hay decisiones que pueden estar por encima de lazos profundos.